viernes, 23 de mayo de 2014

Les dejo un cuento que escribí con el corazón después de oler a un par de personas en el cine. Gané mención honrosa en el concurso "Yo creo desde mi barrio" con el seudónimo de MATILUNA, así me decían en el jardín cuando era pequeño, por lo blanco, y como había otro Matías y no tenía apodo le pusieron MATISOL jajaja ni me acuerdo de él, copión jajaj ah casi. Pero bueno, a lo que vamos, acá les dejo el cuentis.



Perfume barato
Matiluna

                Botando palomitas por todos lados Andrea se abrió paso en el cine. Ama las películas infantiles, estaba a punto de ver la última caricatura estrenada: “La lámpara de mentira”. Se sentó central, como le gusta, en la sala escalonada. Del bolsillo de su chaleco de lana sacó un juguito en caja, de los que se llevan escondidos al cine, y de su otro bolsillo un paquete de ramitas de queso. La espera se le hacía interminable, entraba y entraba gente. A su derecha había sentada una niñita con sus primos mayores, “eran muy jóvenes para ser sus padres” pensaba ella. Delante suyo un joven de cabellos revueltos, con su tía abuela a la izquierda. Atrás la fila estaba llena de amigos, seguramente universitarios, deducir quién es alguien y con quién anda es algo que Andrea hace cuando está sola.
            Los comerciales le fueron aburridos, iba tanto al cine que el que dice al final “Gobierno de Chile” ya no le daba risa como la primera vez. Fue al baño, le pidió a la niñita que le cuidara las cosas, estaba un poco abrumada con la película. Orinó achuntándole a la taza del baño, sin sentarse, su madre siempre le repetía que en los baños públicos había gérmenes, enfermedades de transmisión sexual e incluso espermios y aunque fuera baño de mujeres nunca debía sentarse, no quería enfermarse ni menos quedar embarazada de un cochino que tirara sus semillitas en un baño público del sexo opuesto. Se limpió con el característico papel higiénico de los cines y se fue a lavar las manos. Como siempre el lavamanos estaba mojado con agua y ella se empapó la chaleca al apoyarse. Se echó mucho jabón en las manos, le gusta apretar el botón del dispensador del jabón, se enjuagó y arregló su cabellera sin arreglo ante el espejo.
            Al volver a la sala vio su puesto ocupado por una pareja de lesbianas, lo notó por la ropa y la forma en se hablaban. Ellas, siendo un intento fallido de rebeldía, con ropa rota y peinados punk, se comían las palomitas riendo. “¡Comida gratis!” dijo una. “Pobre idiota la que dejó su puesto” agregó la otra. La niña y sus primos mayores vieron entrar a Andrea a la sala, le evitaron la mirada cuando pasó cerca. Ella no es de las personas que pelean y sabía que si le decía algo a esas lesbianas terminarían pegándole y tirándole el pelo, así que fue a sentarse dos filas más arriba, y por suerte le quedaban unas galletas con chispitas de chocolate en el bolsillo secreto de su chaleco.
            La película era lenta, contaba la historia de la construcción de un juego luminario, Andrea no notó los mensajes subliminales (por lo que dos días después la sacaron de cartelera). Se apoyó en el asiento delantero para estar más cómoda y respiró hondamente como quien suspira al revés. En aquel suspiro inverso entraron por su boca y nariz mil partículas ajenas, un aroma nuevo. Se sintió extraña, como si un revólver de dicha le disparara directo al estómago y al vaso. Le subió el color a la cara y el corazón a las sienes, golpeteando, molestando. Tanto que tuvo que masajeárselas para disipar el dolor.
            Sorprendida estaba por esa sensación extraña de placer, se acercó un poco más al asiento delantero y olió. No sabía a qué relacionar el particular olor, era tan denso, tan satisfactorio, miró sobre el asiento y vio la cabeza de un hombre joven, un par de años mayor que ella. A su lado estaba una amiga y un compañero de cuarto, ella era sólo una amiga, Andrea lo sabe porque no podía ser otra cosa. El  cabello del joven que expelía aquel olor era oscuro, muy oscuro y brillante, pero no negro. Sus brazos, musculosos, la cara no sabía, al estar detrás de él Andrea no pudo ver su rostro, pero lo imaginó hermoso, alguien que oliera perfecto debía tener un rostro perfecto.
            El nudo en la película ya se estaba desenlazando, olió y olió para saber qué le recordaba ese aroma. Naranjas. No. Romero y canela. No, imposible. Pino silvestre. No, mientras Andrea pensaba el pequeño niño sentado a su lado se comía las galletas como todo un bandido. Limón y cloro. No, no, no, no, no, debe ser algo así como seco, flores, ¡transpiración!... ¡transpiración y flores secas!.
            Andrea inhaló profundo una vez más, sí, era transpiración y flores secas. Apretó suavemente el relleno del asiento, ya quería que la película terminase, para poder verlo, y si su estúpida amiga y su compañero de cuarto se alejaban, ella tendría la oportunidad de hablarle. Hablarle y tocar sus músculos, su pectoral transpirado, el olor a flores tan secas y perfumadas, un olor abrazador, caliente, vibrante. Ya nada le importaba a su alrededor, lo anhelaba, lo olorozaba. La película terminó, Andrea quería verlo, sin embargo él se puso la capucha y no miró hacia atrás, salió indiferente, ajeno a lo que ella sintió. Lo último que pudo ver de él fue su polerón mostaza y sus jeans negros perdiéndose en las escaleras.
            Desde entonces Andrea vuelve al cine, a ver películas infantiles, los estrenos, con la vaga esperanza de encontrarlo o tan solo volver a sentir su dulce aroma, entre el olor a palomitas y el sorber de las bebidas.

            Quizás la veas oliendo disimuladamente en los puestos delante de ella, en una de esas te huele, tal vez eras tú, transpiración fuerte y flores secas. ¡Pobre! ¿Por qué la ignoraste? ¿No te diste cuenta acaso del perfume que ella estaba usando? Ya. Qué más da. Andrea no notó que tras ella había un tipo cuyo sentido de vida durante la película lo encontró en ella y su nuevo perfume barato.


Dedicado totalmente a la Bárbara, nada tan hermoso como reencontrarse con la niña con la que bailaste cueca en el barrio, un dieciocho de septiembre de cuando eras pequeño. Y luego conversar sobre la vida, llorar y llegar tarde a la casa para que mi mamita me castigue.

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